2019/02/25
POR
¿Usted miente? Piénselo. Una mentirilla por aquí, una mentirilla por acá. Sin consecuencias, ¿verdad? ¿Se cuela en una fila larga porque tiene prisa? ¿Se salta un semáforo si no hay nadie a la vista? ¿Acomoda un poco, solo un poquito, sus impuestos? Y, aún así, ¿se siente más honesto que su entorno? Necesita leer ¿Los colombianos somos (des)honestos?, de Juan Manuel Tafurt, para confrontar sus propios prejuicios.
Según Daniel Ariely, economista conductual y hoy gurú de la (des)honestidad, los grandes tramposos constituyen la excepción y los pequeños tramposos, la regla. Tafurt dirigió los ejercicios de investigación de Ariely en Colombia y, a partir de ellos, construyó un argumento para explicar la (des)-honestidad en nuestra sociedad.
Un dado virtual y veinte lanzamientos. El participante elige en secreto con qué cara ganará una recompensa. ¿Usted diría que salió la suya para sumar unos pesos más? Los investigadores midieron distorsiones ante la estadística esperada en Alemania, Estados Unidos, China, Portugal y Colombia y el grado de (des)honestidad fue similar. Los colombianos no somos ni más ni menos (des)honestos que los demás. El resto de los hallazgos resultó igual de contraintuitivo.
Según Gary Becker, premio nobel de Economía en 1992, ante una acción criminal una persona mide el beneficio, la probabilidad de ser descubierto y la magnitud del castigo. Para los racionalistas a la Becker, la corrupción en Colombia se debe a la impunidad.
Ariely reconoce la fuerza de la razón, casi siempre expresada en el cálculo de la ganancia económica, y va más allá, cuando le agrega el de las emociones. “La deshonestidad se dará cuando el agente de la acción percibe que no dispone de los medios y/o las capacidades para suplir las necesidades y generar su bienestar o mitigar su malestar, habida cuenta del contexto en que se encuentra y su estado emocional”, explica Tafurt.
El aporte principal del libro está en definir la humillación como la emoción-fuente de la deshonestidad colombiana. El maltrato de uno, que genera humillación, consciente o no, activa la deshonestidad en el otro. Cuando se realizó la prueba de los dados se comprobó que, a mayor tiempo de espera de los participantes mayor nivel de trampa. Usted conoce este fenómeno que centra la indignación en este tipo de reflexión: “¿Qué importa si le robo alguito a un Estado que me atropella todos los días?” y “Este jefe abusivo lo merece (mi comportamiento deshonesto), a ver si aprende”. Los investigadores también mostraron que, si se presentaban disculpas antes de tirar los dados, los grados de (des)-honestidad volvían a los niveles originales.
El texto se convierte así en un llamado a la acción para la construcción de una sociedad más amable, basada en el reconocimiento del otro. “Si no respeto al otro, si no lo trato con dignidad”, argumenta Tafurt, ese otro podrá terminar optando por la deshonestidad.
Un aspecto inexplorado del libro se refiere a los campos de acción de la deshonestidad. ¿Uno es igual de deshonesto en todos los aspectos? ¿La infidelidad, por ejemplo, puede ser indicio de deshonestidad en los negocios o en la vida pública? Tafurt menciona al pasar que los países difieren en la deshonestidad de acuerdo con los ámbitos, y las tendencias individuales se agrupan por áreas. No son preguntas de poca monta para una sociedad que cada día examina más las vidas privadas de sus figuras públicas.
¿Los colombianos somos (des)honestos? construye un marco de explicación convincente para la corrupción en pequeña escala y contiene elementos de reflexión para los grandes casos como los de nuestros Moreno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario