sábado, mayo 30, 2020

Intelectual : sólo lo eres si eres critico ...


Por: Piedad Bonnett

Los intelectuales

Los periodistas del mundo entero se han volcado a entrevistar a sociólogos, historiadores, filósofos, para preguntarles cuál será el futuro después de la pandemia. Aunque es difícil hacer futurología, muchos han sido muy contundentes en sus pronósticos. Han dicho que Estados Unidos perderá su liderazgo global, el cual se trasladará a Asia; que la globalización neoliberal, como ha funcionado hasta ahora, llegará a su fin; que Europa no volverá a ser la misma después de su fracaso frente al tratamiento de la pandemia; que el autoritarismo al que ha dado pie la crisis se instaurará en muchos países. Y muchas otras cosas. Como en la ciencia ficción, sin embargo, todo futuro imaginado sólo es proyección de los problemas del presente, y por tanto lo que subrayan en sus respuestas es que lo más importante es preguntarnos por qué hemos llegado a una crisis como la que estamos viviendo.
Paul B. Preciado, por ejemplo, nos recuerda “que la destrucción de Europa comenzó, paradójicamente, con la construcción de una comunidad europea inmune, (…) totalmente cerrada a los extranjeros y migrantes”, desde el supuesto de que el virus “es por definición el extranjero, el otro, el extraño”. Noam Chomsky pone de presente cómo la reacción ante la pandemia demuestra algo ya existente: la desunión de la Unión Europea, que hoy dice que lo principal es la vida, pero durante años ha dejado morir en los océanos a los migrantes de los países pobres; Markus Gabriel habla de los nacionalismos como otra peste; Habermas examina la cultura de las máquinas y cómo terminará por alejarnos cada vez más de la naturaleza y de los demás.
Entiendo la figura del intelectual —una palabra que no les gusta a muchos, pero a mí sí— como la entiende Edward Said: “Alguien que ha apostado con todo su ser en favor del sentido crítico, y que por lo tanto se niega a aceptar fórmulas fáciles, o clichés estereotipados, o las confirmaciones tranquilizadoras o acomodaticias de lo que tiene que decir el poderoso o convencional, así como lo que estos hacen”. Y que suele ir “en el mismo barco que el débil y el no representado”. Una persona con visiones polémicas —aunque no basta con ser un camorrista levantaescándalos para ser un intelectual— cuya misión “es la de plantear públicamente cuestiones embarazosas, contrastar ortodoxia y dogma (más que producirlos), actuar como alguien al que ni los gobiernos ni otras instituciones pueden domesticar fácilmente…”. En estas sociedades de craso pragmatismo, su voz independiente suele sólo interesar a unos pocos. La mayoría, incluida buena parte del mundo político y empresarial, o la ignora o la desoye porque está en contravía de sus intereses. Ahora, sin embargo, y en razón de que el orden habitual se ha trastocado, la opinión de los intelectuales ocupa los espacios que siempre llenaron la farándula, el deporte o la publicidad. No soy optimista: después de la pandemia volverán al lugar marginal al que la sociedad de consumo los ha confinado. Pero tal vez unos cuantos logren entender que la filosofía y las disciplinas afines no son “un bonito adorno”, como me dijo alguien mientras estudiaba Literatura, sino un lugar del pensamiento desde donde se puede confrontar el poder tratando “de hacer progresar la libertad y el conocimiento humanos”.

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