Fue una pregunta que me tomó desprevenida. Este verano estaba dando una charla en un festival literario y después, mientras firmaba libros, vino una chica adolescente con una amiga, y me preguntó esto. Le dije que algunas personas experimentan una superposición sensorial, de manera que pueden oír colores o ver sonidos y que muchos escritores están fascinados por el tema, yo incluida. Pero me interrumpió con cierta impaciencia y dijo: "Sí, eso lo sé. Se llama sinestesia. Lo aprendimos en la escuela. Pero mi madre está leyendo su libro y dice que hay mucha comida e ingredientes y una larga secuencia de una cena. Le entra hambre en cada página. Así que estaba pensando, ¿cómo es que a Ud. no le entra hambre cuando escribe? Y pensé que a lo mejor Ud. podía saborear las palabras.¿Tiene esto sentido?"
Y efectivamente tenía sentido, porque desde que era niña, cada letra del alfabeto tiene un color diferente, y los colores me recuerdan sabores. Así que por ejemplo, el morado es bastante acre, casi perfumado, y todas las palabras que asocio con el morado tienen el mismo sabor, como "ocaso", una palabra muy especiada. Pero me preocupaba que si le decía todo esto a la chica, podría sonar o demasiado abstracto o quizá demasiado raro y de todas formas no tenía tiempo, porque la gente estaba esperando en la cola, así que de repente me sentí como si lo que intentaba transmitir fuera más complicado y detallado de lo que las circunstancias me permitían decir. E hice lo que suelo hacer en situaciones como esta: balbuceé, me cerré en banda y dejé de hablar. Dejé de hablar, porque la verdad era complicada, aun sabiendo, en lo profundo, que uno jamás debería quedarse callado por miedo a las complicaciones.
Así que hoy quiero empezar mi charla con la respuesta que no fui capaz de dar aquel día. Sí, puedo saborear las palabras... a veces, es decir, no siempre, y las palabras felices y tristes tienen sabores diferentes. Me gusta explorar: ¿Qué sabor tiene la palabra "creatividad" o "igualdad", "amor", "revolución"?
¿Y qué pasa con "patria"? Estos días, la que me preocupa en particular es esta última. Deja en mi lengua un sabor dulce, como a canela, un poco de agua de rosas y manzanas doradas. Pero debajo, hay una fragancia penetrante como de ortiga y diente de león. El sabor de mi patria, Turquía, es una mezcla de dulce y amargo.
Y el motivo por el que les cuento esto es porque creo que hoy en día hay cada vez más gente en el mundo que tiene emociones encontradas similares acerca de las tierras de las que viene. Amamos nuestros países natales, ¿verdad? ¿Cómo podríamos no hacerlo? Tenemos una conexión con la gente, la cultura, la tierra, la comida. Y sin embargo, a la vez, nos sentimos cada vez más frustrados por su política y sus políticos, a veces hasta el punto de desesperación o dolor o rabia.
Quiero hablar de emociones y de la necesidad de ampliar nuestra inteligencia emocional. Creo que es una lástima que la teoría política convencional preste tan poca atención a las emociones. A menudo los analistas y los expertos están tan ocupados con datos y métricas que parece que se olvidan de las cosas en la vida difíciles de medir y tal vez imposibles de agrupar en modelos estadísticos. Pero creo que es un error, por dos motivos principales. En primer lugar, porque somos seres emocionales. En cuanto seres humanos, creo que todos somos así. En segundo lugar, y esto es nuevo, hemos entrado en una nueva fase de la historia mundial en la que los sentimientos colectivos orientan y desorientan la política más que nunca. Y a través de los medios sociales y las redes sociales, estos sentimientos se amplifican y polarizan aún más, y viajan alrededor del mundo bastante rápido. Nuestra época está llena de ansiedad, de ira, de desconfianza, de rencor y creo que también de mucho miedo. Pero esta es la idea: pese a que abunda la investigación de los factores económicos, hay relativamente pocos estudios de los factores emocionales.
¿Por qué será que menospreciamos los sentimientos y las percepciones? Creo que será uno de nuestros mayores retos intelectuales, porque nuestros sistemas políticos están repletos de emociones. En país tras país, hemos visto cómo políticos intolerantes han explotado estas emociones. Aun así, a los académicos y a los intelectuales nos hace falta tomarnos las emociones en serio. Creo que deberíamos. Al igual que deberíamos mirar la desigualdad económica global,necesitamos prestar más atención a las lagunas emocionales y cognitivas y a cómo superarlas,porque son muy importantes.
Hace años, cuando aún vivía en Estambul, vino a verme una estudiante de EE.UU. cuyo trabajo estaba relacionado con las escritoras de Medio Oriente. En un momento de nuestra conversación me dijo: "Entiendo por qué Ud. es feminista, porque, ya sabe, vive en Turquía". Y yo le dije: "No entiendo por qué no es Ud. feminista, porque, ya sabe, vive en EE.UU.".
Pero la manera en la que había dividido el mundo en dos campos imaginarios, en dos campos opuestos... me molestó y se quedó conmigo. Según este mapa imaginario, algunas partes del mundo eran países líquidos. Eran como aguas agitadas aún por asentar. Otras partes del mundo, es decir Occidente, eran sólidas, seguras y estables. Así que eran las tierras líquidas las que necesitaban feminismo y activismo y derechos humanos, y los que teníamos la mala suerte de venir de tales sitiosteníamos que seguir luchando para estos valores esenciales. Pero había esperanza. Ya que la historia seguía avanzando, hasta las tierras más inestables recuperarían el terreno algún día. Y mientras tanto, los ciudadanos de las tierras sólidas podrían disfrutar del progreso de la historia y del triunfo del orden liberal. Podrían apoyar las luchas de otras personas en otros sitios, pero ellos mismos ya no tendrían que luchar más por los principios de la democracia, porque ya habían superado esa fase.
Creo que en 2016 esta geografía jerárquica se hizo añicos. Nuestro mundo ya no se rige por este patrón dualista en la mente del erudito, si en algún momento lo hizo. Ahora sabemos que la historia no siempre avanza. A veces se mueve en círculos, incluso retrocede, y que ciertas generaciones pueden cometer los mismos errores que sus tatarabuelos. Y ahora sabemos que no existe el concepto de países sólidos opuestos a países líquidos. De hecho, todos vivimos en tiempos líquidos, exactamente como nos dijo el difunto Zygmunt Bauman. Y Bauman tenía otra definición para nuestra época. Solía decir que todos tendremos que caminar sobre arenas movedizas.
Y si este es el caso, creo que nos debería preocupar más a las mujeres que a los hombres, porque cuando las sociedades vuelven al autoritarismo, al nacionalismo o al fanatismo religioso, las mujeres tenemos mucho más que perder. Es por ello que este tiene que ser un momento vital no solo para el activismo global, sino en mi opinión, también para la hermandad global entre mujeres.
Tras ver como quebraban en Turquía nuestros sueños de democracia y de coexistencia, a la vez gradualmente, pero también con una velocidad asombrosa, me he ido desanimando a lo largo de los años. Y en estos festivales solía haber otros escritores deprimidos que venían de países como Egipto, Nigeria, Pakistán, Bangladesh, Filipinas, China, Venezuela, Rusia. Y nos sonreíamos solidarios el uno al otro, esta camaradería de los condenados.
Recuerdo que los primeros en incorporarse fueron los escritores y poetas griegos. Y después escritores de Hungría y Polonia, y luego, curiosamente, escritores de Austria, Holanda, Francia, y después escritores del Reino Unido, donde vivo y que llamo hogar, y luego escritores de EE.UU. De repente, éramos más gente todos preocupados por el destino de nuestros países y por el futuro del mundo. Y tal vez ahora había más personas que se sentían como extraños en sus propias patrias.
Pero bromas aparte, creo que nuestro mundo está lleno de retos sin precedentes y esto provoca un rechazo emocional, porque frente a los cambios vertiginosos, mucha gente desea aminorar el paso, y cuando hay demasiada rareza, la gente anhela lo familiar. Y cuando las cosas se vuelven demasiado confusas, mucha gente ansia simplicidad. Es una encrucijada muy peligrosa, porque justo allí entra en escena el demagogo.
El demagogo comprende cómo funcionan los sentimientos colectivos y cómo él --normalmente es un él-- puede beneficiarse de ellos. Nos dice que pertenecemos todos a nuestras tribus y nos dice que estaremos más seguros si estamos rodeados de afinidad. Hay demagogos de todas formas y colores.Podría ser el líder excéntrico de un partido político marginal en algún sitio de Europa o un imán islamista extremista que predica el dogma y el odio o podría ser un orador blanco racista y nazi en algún otro sitio. A primera vista, todas estas figuras no parecen tener conexión. Pero creo que se sustentan la una a la otra y se necesitan.
Y en todo el mundo, si observamos cómo hablan los demagogos y cómo inspiran movimientos, creo que tienen en común una cualidad inconfundible: sienten una grandísima aversión hacia la pluralidad.No saben cómo lidiar con la diversidad. Adorno solía decir: "La intolerancia a la ambigüedad es la señal de una personalidad autoritaria". Pero yo me pregunto: ¿No puede ser que esa misma señal,esa misma intolerancia a la ambigüedad... no puede ser un signo distintivo de nuestros tiempos, de la época en la que estamos viviendo? Porque mire donde mire, veo desvanecerse los matices. En los programas televisivos, tenemos a un locutor anti-algo situado frente a un locutor pro-algo. ¿Verdad? La audiencia sube. Y mejor aún si se gritan el uno al otro. Incluso en el mundo académico, donde deberían fomentar nuestro intelecto, se ve a un erudito ateo compitiendo con un erudito creyente empedernido, pero no es un verdadero intercambio intelectual, porque es el choque de dos certezas.
Creo que las oposiciones binarias existen en todas partes. Así que lenta y sistemáticamente, se nos está negando el derecho a ser complejos. Estambul, Berlín, Niza, París, Bruselas, Daca, Bagdad, Barcelona: hemos visto horribles ataques terroristas uno tras otro. Y cuando expresas tu pena, y cuando reaccionas contra la crueldad, recibes todo tipo de respuestas, mensajes en las redes sociales. Pero uno de ellos es bastante inquietante y es porque es muy extendido. Dicen: "¿Por qué lo sientes por ellos? ¿Por qué lo sientes por ellos? ¿Por qué no lo sientes por los civiles en Yemen o los civiles en Siria?"
Y pienso que la gente que escribe esos mensajes no entiende que podemos sentirlo y ser solidarioscon las víctimas del terrorismo y la violencia en Oriente Medio, en Europa, en Asia, en EE.UU., dónde sea, en todas partes, por igual y a la vez. No parecen entender que no tenemos que elegir un dolor y un sitio por encima de los demás. Pero creo que este es el efecto del tribalismo. Nos encoge las mentes, desde luego, pero también nos entumece los corazones, hasta el punto de volvernos insensibles al sufrimiento de otras personas.
Y la triste verdad es que no hemos sido siempre así. Escribí un libro infantil en Turquía, y cuando fue publicado, hice muchos eventos. Fui a muchas escuelas primarias y tuve la oportunidad de observar a los niños más pequeños en Turquía. Y era siempre asombroso ver cuánta empatía, imaginación y atrevimiento tenían. A esa edad, estos niños son mucho más propensos a convertirse en ciudadanos globales que en nacionalistas. Y es maravilloso ver, si les preguntas, cuántos quieren ser poetas y escritores, y las niñas están tan llenas de confianza como los niños, si no más.
Y luego iba a las secundarias y todo había cambiado. Ahora ya nadie quiere ser escritor, ahora ya nadie quiere ser novelista, y las chicas se han vuelto tímidas, son cautas, discretas, reacias a pronunciarse en público, porque les hemos enseñado --la familia, la escuela, la sociedad-- les hemos enseñado a borrar su personalidad.
Creo que en Oriente y Occidente estamos perdiendo diversidad, en el interior de nuestras sociedades y en nosotros mismos. Y al venir de Turquía, sé que la pérdida de diversidad es una pérdida muy, muy grave. Hoy en día mi patria se ha convertido en el mayor carcelero de periodistas, superando incluso el triste récord de China. Y también creo que lo que ha pasado en Turquía puede ocurrir en cualquier sitio. Puede pasar hasta aquí. Así que al igual que eran una ilusión los países sólidos, las identidades singulares también son una ilusión, porque todos llevamos dentro una diversidad de voces. El poeta iraní, persa, Hafiz, solía decir: "Ustedes llevan en su alma todos los ingredientes necesarios para ser felices. Lo único que tienen que hacer es mezclar esos ingredientes".
Y creo que lo podemos hacer. Yo soy estambulita, pero también estoy conectada a los Balcanes, al Egeo, al Mediterráneo, al Oriente Medio, al Levante. Soy europea de nacimiento, por elección, por los valores que defiendo. Me hice londinense con los años. Me gustaría pensar en mí misma como alma global, como ciudadana del mundo, una nómada y una narradora itinerante. Tengo múltiples lazos, al igual que todos. Y múltiples lazos significa múltiples historias.
Como escritores, siempre vamos en busca de historias, desde luego, pero creo que también nos interesan los silencios, las cosas de las que no podemos hablar, tabús políticos, tabús culturales.También nos interesan nuestros propios silencios. Siempre he hablado y escrito mucho sobre los derechos de las minorías, los derechos de las mujeres, los derechos LGBT. Pero al pensar en esta charla TED, me di cuenta de una cosa: nunca he tenido el valor de decir en público que yo misma soy bisexual, porque tenía mucho miedo de la difamación y del estigma y del ridículo y del odio que estaba segura llegarían. Pero naturalmente, una persona jamás debería callarse por miedo a las complicaciones.
Y pese a que la ansiedad no es algo nuevo para mí, y pese a que estoy hablando aquí del poder de las emociones --conozco bien el poder de las emociones-- con el tiempo he descubierto que las emociones no son ilimitadas. ¿Saben? Tienen un límite. Llega un momento --es un punto de inflexión o un umbral-- en el que te cansas de tener miedo, te cansas de sentirte angustiado. Y creo que no solo las personas, sino tal vez también los países tienen sus propios puntos de inflexión. Así que más fuerte aún que mis emociones es mi convicción de que no solo el género, no solo la identidad, sino que la vida misma es fluida. Nos quieren dividir en tribus, pero estamos conectados más allá de las fronteras. Predican certeza, pero nosotros sabemos que la vida tiene mucha magia y mucha ambigüedad. Y les gusta fomentar las dualidades, pero nosotros somos mucho más matizados.
Por lo tanto, ¿qué podemos hacer? Creo que necesitamos volver a lo esencial, volver a los colores del alfabeto. El poeta libanés Khalil Gibran solía decir: "Aprendí el silencio de los parlanchines y la tolerancia de los intolerantes y la amabilidad de los desagradables". Creo que es un gran lema para nuestros tiempos.
Para acabar, quiero dejarles una palabra o un sabor. La palabra "yurt" en turco significa "madre patria". Significa "tierra natal". Pero, curiosamente, la palabra también significa "una tienda utilizada por las tribus nómadas". Y me gusta esa combinación, porque me hace pensar en que las patrias no tienen por qué estar arraigadas en un solo sitio. Pueden ser portátiles. Podemos llevarlas con nosotros a todos lados. Y creo que para los escritores, para los narradores, al final del día, hay una patria principal y se llama "La tierra de las historias". Y el sabor de esa palabra es el sabor de la libertad.
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