lunes, septiembre 16, 2013

La violencia se cura con una cosa que se llama educación

Paz |14 Sep 2013 - 9:00 pm

La ciencia de las emociones

El dolor ajeno, según Llinás

¿Qué tienen en común las explosiones de estrellas que ocurrieron hace millones de años y nuestra capacidad de entender a los demás? El neurocientífico colombiano tiene una respuesta.

Por: Pablo Correa - pcorrea@elespectador.com
Desde hace 50 años Rodolfo Llinás se escapa de Nueva York en verano para investigar en un laboratorio que alquila cerca de Boston.  / Pablo CorreaDesde hace 50 años Rodolfo Llinás se escapa de Nueva York en verano para investigar en un laboratorio que alquila cerca de Boston. / Pablo Correa
 Esta se supone que iba a ser una entrevista con Rodolfo Llinás para hablar sobre el cerebro y la violencia. Hace tres meses visité Woods Hole, un pequeño pueblo en la costa este de Estados Unidos en el que funciona desde hace 125 años el Marine Biological Laboratory. Cada verano, desde hace 50 años, Llinás se refugia allí para investigar y compartir ideas con decenas de científicos de Norteamérica.
Steven Pinker, la nueva vedette de la psicología americana, había publicado meses atrás un libro titulado Los mejores ángeles de nuestra naturaleza, en el que defiende la hipótesis de que la violencia humana ha venido declinando con los siglos. Quería hablar sobre el mismo tema con Llinás. Preguntarle de qué manera su trabajo como neurocientífico arroja luces sobre un fenómeno que siempre nos cuesta trabajo entender: la fuente de la violencia y la otra cara de la moneda, la empatía.
Ese sábado a las 10 de la mañana me senté a esperar en una banca frente al Instituto. Pocos minutos después apareció Llinás conduciendo un Wolkswagen Beatle. Me invitó a tomar un café y luego caminamos hacia el laboratorio donde descubrió un pequeño secreto de la naturaleza que lo hizo famoso: los canales de calcio que utilizan las neuronas para provocar la transmisión de mensajes entre unas y otras.
Fue entonces cuando comenzó la que, apuesto, ha sido la peor entrevista que le han hecho. Por alguna razón las preguntas que le hacía eran erráticas y enredadas. Por fortuna, ese día Llinás estaba de buen humor y supo encontrar la manera de esquivarlas y llevar la entrevista por un mejor camino.
El calcio, me explicó, el mismo elemento que usan las neuronas para comunicarse, el mismo que forma nuestros huesos y los huesos de los 220.000 muertos que ha dejado la violencia de los últimos 55 años en Colombia, se formó hace millones y millones de años por la explosión de estrellas en el universo. “El calcio es un elemento muy especial”, dijo Llinás, “las células le tienen pavor al calcio porque si se une con el fósforo entonces se forman sales, piedras”. Pero a lo largo de la evolución las células aprendieron a jugar con ese peligro. Aprendieron a usarlo para comunicarse. Eso fue lo que descubrió Llinás estudiando el sistema nervioso de un tipo de calamar que cada verano llega a regocijarse en las aguas de la costa este de Estados Unidos.
“En la vida ocurre lo posible —dice Llinás—. Desde el punto de vista de la evolución, que es precioso, surgen todo tipo de cosas y, más que todo, ocurren errores. El número de cosas que no sobrevivieron es más grande. Entonces estamos viendo la historia de las cosas que funcionaron”.
Da este rodeo para explicar que las células aprendieron a asociarse, a comunicarse, y surgieron seres multicelulares: nosotros y todo lo demás que tenga dos patas, cuatro patas y hasta hojas. Fue un experimento exitoso de la naturaleza. Y más adelante en la evolución surgió otro experimento exitoso: los sistemas emocionales. “Se crea un sistema de valor con respecto a la posibilidad de seguir viviendo lo que llamamos emociones —dice Llinás—. El sistema emocional es un sistema de afirmación de la vida”.
Mis malas preguntas continúan, pero él sabe bien que el objetivo de la entrevista es entender la conexión entre las explosiones de estrellas hace millones de años, los átomos de calcio, la aparición de los sistemas inteligentes y, si se puede, la violencia que nos persigue.
“Los sistemas emocionales son básicos para decidir qué hacer —continua Llinás—. Si un tigre tiene hambre es peligroso porque tiene que buscar comida. Esos estados emocionales son el centro de la activación del sistema nervioso”.
Pero ocurrió otro experimento exitoso en la evolución: el sistema nervioso en algunos organismos, entre ellos nosotros, adquirió una propiedad casi mágica: sentir el dolor ajeno. Ahora por fin siento que nos acercamos al tema que motivó la entrevista. “Tenemos la capacidad de entender nuestro dolor y el dolor ajeno. Algo muy importante, porque es la base de la sociedad. Nos queremos o no dependiendo de imaginarnos el dolor y el placer ajeno”.
Los neurocientíficos les han puesto un nombre a las neuronas que permiten que esto suceda: células en espejo. Esta capacidad de tener empatía “es la base de la política, de la economía, de la estructura social”, dice.
La entrevista ha sido larga y llena de extravíos. Llinás ha sido paciente y sabe que quiero unas palabras sobre la violencia. “La violencia humana siempre ha sido un sistema de defensa-ataque de un grupo contra otro. Ocurre cuando hay discrepancia entre esos grupos sociales”. Termina su explicación y se autopregunta: “¿Que cómo se cura? En el caso humano es fácil de corregir, se corrige con una cosa que se llama educación”, dice tajante y se acaba por fin la peor entrevista a Llinás.

¿Qué son las neuronas espejo?

Las neuronas espejo poseen una función especializada que, para muchos neurocientíficos, explica la sociedad y la cultura humana, que no habrían sido posibles sin ellas.
Vilayanur Ramachandran, uno de los pioneros de la neurociencia, explicaba al periódico El País de España que estas neuronas “conformaron la civilización”.
Una neurona espejo se dispara, se activa, cuando un animal actúa o cuando observa que otro animal lleva a cabo la misma acción. Como lo señaló el experto, la neurona reproduce el comportamiento del otro como si el propio observador estuviera actuando.
“La cultura”, señalaba Ramachandran, “consiste en enormes colecciones de capacidades y en conocimientos complejos que se transmiten de persona a persona a través de dos medios centrales: el lenguaje y la imitación”. La capacidad de imitar permite aprender a una escala primero individual y posteriormente colectiva.
Por: Pablo Correa - pcorrea@elespectador.com

“La cultura” se transmite por el lenguaje y la imitación

El hombre, la gente y sus neuronas espejo

En esas células del cerebro está el origen de la capacidad de empatía hacia el otro, la vida en sociedad y la cultura. Su descubrimiento entronca con el pensamiento sociológico de José Ortega y Gasset

La aparición del otro en toda vida individual es uno de los elementos constitutivos de la filosofía y la sociología de José Ortega y Gasset. “El otro hombre, como tal, es decir, no sólo su cuerpo y sus gestos, sino su yo y su vida me son normalmente tan realidades como mi propia vida”, señaló en 1949 en su famoso curso sobre El hombre y la gente, que ya adelantó en 1934 y posteriormente (véanse los Tomos IX y X de las nuevas Obras Completas). Sin eseotro, no se entiende el ser humano ni, menos aún su vida en sociedad, término éste último que el pensador señalaba que no habían definido los sociólogos, cuyo objeto de estudio es justamente ese, la sociedad. “El hombre”, decía, “aparece en la sociabilidad como el Otro, alternando con el Uno, como el reciprocante”. Y así se construye el mundo. Y en ese descubrirse, medirse, valorar al otro, interviene de forma muy activa, no pasiva, no la visión, sino la mirada, que es algo muy diferente, reflexión que también desarrolló en su día Jean-Paul Sartre. La “meditación del saludo” es un ejemplo de cómo pensar sobre usos que la sociedad ha desarrollado justamente para medir al Otro.
En un comienzo deshechado de una de las conferencias, y ahora recuperado, señalaba el pensador que esa capacidad de aparición del Otro en uno no es solo humana sino que también se aprecia en algunos animales. Aunque, cabe añadir, a ellos le falta capacidad motora y lenguaje, que han sido dos de los cambios genéticos más importantes para que el hombre desarrolle cultura y civilización.
En aquellos tiempos de Ortega y Gasset, la neurociencia, que aún está en la infancia pero que se desarrolló gracias a impulsos como los que entre nosotros le dio Santiago Ramón y Cajal, no había avanzado lo suficiente para explicar esa relación del hombre con el hombre, y eventualmente el surgimiento de la gente. Ese paso esencial ha sido el descubrimiento hace unos años de las llamadas neuronas espejo, y todo un sistema en torno a ellas, por parte del equipo de investigación de Giacomo Rizzolatti, del departamento de Neurociencia de la Universidad de Parma, y que en España ha profundizado especialmente Francisco J. Rubia, catedrático de la Complutense de Madrid, y su equipo.
De la capacidad de imitar surgió la cualidad humana de adoptar el punto de vista del otro
Estas neuronas con una función especializada pueden servir para explicar la sociedad y la cultura humana. Sin estas neuronas, no habrían sido posibles. Vilayanur Ramachandran, uno de los pioneros de la neurociencia, en su último libroThe tell-tale brain (Lo que el cerebro nos dice, Paidós), afirma sin ambages que estas neuronas “conformaron la civilización”.
Una neurona espejo se dispara, se activa, cuando un animal actúa y también cuando un animal observa que la misma acción la lleva a cabo otro animal. La neurona reproduce el comportamiento del otro, como si el propio observador estuviera actuando. Es decir que al principio fue tanto el verbo como la imitación.
“La cultura”, señala Ramachandran, “consiste en colecciones masivas de capacidades y conocimiento complejos que se transmiten de persona a persona a través de dos medios centrales: el lenguaje y la imitación”. La capacidad de imitar permite no solo reproducir, sino también aprender a una escala individual, y posteriormente colectiva. Es decir, que probablemente primero aprendimos a imitar. Y de ahí debió surgir la capacidad únicamente humana de adoptar el punto de vista del otro. La capacidad “de ver el mundo desde el punto de vista de otra persona es también esencial para construirse un modelo mental de los pensamientos complejos e intenciones de otras personas para predecir y manipular su conducta”, señala el neurocientífico. Ortega y Gasset llegó a la importancia de esta capacidad por otra vía, la de la observación y la reflexión filosófica y sociológica, y sus conclusiones se ven ahora avaladas por una base física cuya manera de funcionar se está desentrañando, aunque queda camino por recorrer. Pues una cosa ha sido descubrir estas neuronas, y otra, mucho más difícil, descifrar la verdadera naturaleza de esas conexiones.
En este recorrido en el conocimiento de la mente ni siquiera está claro si se llegará al final, si el ser humano llegará realmente a conocerse a sí mismo. Pero sobre este sistema parece también reposar la capacidad de la metáfora, sin la cual los humanos no seríamos lo que somos.
A Ramachandran le gusta llamarlas “neuronas Gandhi” o “neuronas de empatía” porque sirven para borrar la separación entre el yo y el Otro, algo muy propio de los enfoques orientales tradicionales. Claro que permiten no solo conocer al otro, sino también juzgar sus intenciones, para, si es necesario, defenderse frente a ellas. Empatía no implica simpatía.
Como hemos señalado que intuyó Ortega y Gasset, estas neuronas están también presentes en otros animales, como monos y pájaros que tienen un sentido social. Pero, como decimos, estos carecen de cultura porque les falta el lenguaje, entre otras cosas, además de la capacidad motora (incluída la mano que sí tienen los simios) mucho más desarrollada en el hombre, junto con la capacidad del pensamiento abstracto y transmisible.
La neurociencia puede contribuir a colmar la brecha entre ciencias y humanidades
En una polémica e influyente conferencia en 1959, Charles Percy Snow, más conocido como C.P. Snow, lanzó la tesis, que quedó asentada, de la ruptura de la comunicación muy presente en el Renacimiento y la Ilustración entre las ciencias y las humanidades. Snow tenía a la vez formación científica y capacidad literaria como novelista. Su demanda era que esta brecha se cerrara, que se avanzara más en los estudios multidisciplinares, y que unos y otros intercambiaran conocimientos. Se está comenzando a cerrar, aunque más de la mano de la ciencia que de las humanidades.
La neurociencia —esencial para entender el ser humano— puede servir para superar esta brecha que científicos como Ramachandran y muchos otros que hoy en día investigan y divulgan, contribuyen a colmar. En este contexto, el descubrimiento de las neuronas espejo supone, justamente, el de la relación entre el cerebro y la sociedad, entre un ser humano y otro, entre el hombre y la gente.
Algunos consideran que, tras la agrícola, industrial y la digital, la cuarta revolución será la neurocientífica cuyos descubrimientos preliminares ya están invadiendo numerosas disciplinas y creando otras nuevas, al colocar el prefijo “neuro” ante disciplinas tradicionales. Así, hoy se habla de neuroeconomía, neuromarketing, neurofilosofía, neuroética, neuroeducación, neuropolítica y un largo etcétera. Todas estas nuevas disciplinas pretenden aplicar los nuevos conocimientos de la neurociencia a sus materias, esperando que esta aportación sirva para darles un nuevo impulso y desarrollo. Hoy la política, la publicidad y muchas otras actividades humanas están imbuidas por los nuevos descubrimientos en este campo, lo que puede causar cierto temor a una mayor manipulación.
Estas células especializadas y su sistema surgieron en el “gran salto adelante genético” ocurrido entre 60 a 100 millares de años atrás. Y después de 6.000 millones de años de evolución, indica Ramachandran, la cultura finalmente despegó. Por primera vez empezamos a saber realmente por qué o gracias a qué.
En parte, la cultura nos ha liberado de la genética al reforzar la capacidad de aprender los unos de los otros. “Al hiperdesarrollar el sistema de neuronas espejo, la evolución, de hecho, convirtió la cultura en un nuevo genoma”, separado de la carga genética con la que nacemos, y con otros sistemas de transmisión. Puede que incluso la cultura permita que algunas de nuestras capacidades pensadas para unas funciones se desarrollen para otras no previstas, como pasa con esa actividad esencial, pero nada natural, que es la lectura. Claro que otros van más lejos y creen que gracias a la tecnología, incluída la manipulación genética, los seres humanos van a poder trascender su biología.
De momento hemos llegado a ese Homo sapiens, que el científico indio describe como “el mono que miró en su propia mente y vió el cosmos reflejado en ella”.